Música



Tal vez me gusta la música porque mi mamá siempre cantaba o porque le gustaba poner sus discos a todo volumen y sacar las bocinas al patio. Y quizá pensé que la música era importante porque la veía hablar por teléfono a alguna estación de radio para concursar adivinando el nombre de las canciones que ponían unos segundos y así ganar muchos discos.

A los diez años me sabía muchas, pero muchas canciones de Raphael y de José José y las cantaba con la voz engolada.



Mi papá también tenía discos y yo los escuchaba a escondidas porque él me había dicho que, si los tomaba, de cierto moriría, pero había dos por los que valía la pena desobedecer: el Abbey Road y el Plastic Ono Band. Escuchar Octopus's Garden o las campanas iniciales de Mother equivalía a entrar en trance.

El primer disco que tuve fue uno de Kiss, era un acetato que me regaló un primo, tenía esa canción de I Was Made For Lovin' You.

La música me hacía feliz. Bailar no, la música. La melodía, el ritmo, la letra (cuando la entendía). Poniéndome muy telestial propondría que en esta época, en lugar de adorar el dinero, adoraramos la música.

Escuché bastante de chico, pero no lo suficiente. Nadie me enseñó algo de los Ramones, The Smiths, Nick Cave o Joy Division. Pero bueno, dicen que cualquier educación es mejor que ninguna.

Un día me encontré odiando el mundo porque mi vida apestaba. Sí, adivinaron, era adolescente. Fuera del drama cliché quiero decir que las cosas estaban mal realmente, había una crisis muy fuerte entre mis padres y mi hermana se había ido de casa, estaba por reprobar la escuela y me sentía muy, pero muy solo y desorientado. La cosa es que no hallaba respuesta, ni en mis oraciones -cuando las hacía- ni en las escrituras, ni en la literatura.

Era una época en que nada significaba nada.

Estaba mal. Y vacío.

Pero seguía oyendo música. Y la música de aquel entonces (un montón de bandas que iba de Nirvana a los RHCP) me salvó de la tragedia porque mis amigos, que eran unos tontos, solo me proponían soluciones estúpidas para sobrellevar mis problemas. En las letras de esas canciones me sentía comprendido.

Dirán que por qué no hablé con mi obispo o por qué no oraba con más sinceridad o por qué no meditaba los mensajes del profeta. Y tienen razón. Pero así fueron las cosas.

Desde luego, hoy es distinto y entiendo lo que debo hacer para no volver a sentirme como en aquel entonces.

Las crisis pasan. Me sigue gustando la música, me sigue haciendo feliz y le tengo lealtad por lo que hizo por mí en la adolescencia. Al final aquí estoy, ¿no?

¿Alguna canción que recuerden con cariño?












Comentarios

  1. Pucha, en este lado del mundo, mis padres escuchaban Los Morunos, Los hermanos Zañartu, y otros exponentes de tercio de siglo pasado (si no sabes quiénes son no te sientas mal, eres normal). Mi primer despertar musical comenzó a los trece años en el colegio. En vista de que era un nerd clásico, el aprender las letras de las canciones —incluso tener un cuaderno—, me llevó a tener cierto estatus entre mis colegas femeninas. El problema era que mi bagaje se circunscribía principalmente a Ricardo Arjona, Enrique Iglesias, Alejandro Sanz y algún otro impresentable.
    Mi verdadero despertar musical comenzó a los veintiún años —después de retornar de la misión, cómo no—. El internet hizo maravillas con mis oídos: descubrí a Paul van Dyk, The Strokes, Amy Winehouse (QEPD), Tiësto, Jet, Moby, Armin van Buuren, soundtracks, incluso Glee, etc.
    ¿Una canción tonera?: "Faster Kill Pussycat" y "Carpe Noctum". ¿Una canción tranqui?: "October Song". Pero eso sí, en memoria de mi padre, me sigue gustando "Fina estampa", de, lo admito, Los hermanos Zañartu.

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